En una videollamada por WhatsApp, Lázaro le dijo a Omar: «papá, tú caminas y caminas, y es a mí a quien se le hinchan los pies». Hay que ver esos tenis blancos (o los negros) cuando el caminante pone caja quinta y apenas distinguimos los tobillos en su andar apurado. Durante la parada diaria, se quita los zapatos; ni «peste a pata» ni hinchazón. Ahora bien, no acepto eso de que «estoy entero», porque… Mejor, más adelante hablamos de eso.
No pensó algún día ser romero ni «plantar girasoles» en lo profundo de miles de seres hermanos. No pensó ser ese «animal itinerante» cuando, hace 11 años, lanzó al aire un ruego de esperanza para que su hijo sobreviviera a un tumor en el mediastino, enfermedad que amenazaba con «comérselo» a los 25 años. Omar, así de «bestial», es hoy la cabeza de una promesa a la Caridad del Cobre, que tiene como cuerpo un pueblo creyente, no solo en Cachita, también en él como padre. Y uno busca peregrinar al santuario del corazón del que sufre, de ese que hace algo grande por la sanidad de una de sus tres almas.
Lo que pensó este hombre de pocas palabras y mediana estatura, lo puja hoy con sus pies. Y ahí va, desde el 15 de enero pasado, a las 5:50 de la madrugada, aunque desde diciembre había decidido coger carretera. Tuvo que esperar a que la pandemia le diera luz verde y a cobrar su salario, para salir con más dinero. Reunió 11 000.00 pesos. Va dejando atrás kilómetros de carretera central, «gracias a Dios y la Virgen», con un carrito blanco de tres ruedas y techo rojo, construido en tres días, en el que resguarda la imagen hecha de calamina de la Patrona de Cuba, su refugio desde hace más de 20 años. Seamos claros en algo que el peregrino no tuvo en cuenta, guiado obviamente por un sentimiento descomunal y cegador: desde La Habana hasta la Basílica Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba, ¡hay que echarle! «Allá voy», expresó al salir.
Una palabra tan pequeña como Fe le hace recorrer una distancia inmensa, que supera los 800 kilómetros, en una relación especial entre lo terrenal y lo sagrado, con espíritu libre, equipaje ligero, alma solidaria. Pero, el amor que Omar Quintero Montes de Oca siente por su «hijito» Lázaro Quintero Bermúdez, de 36 años, si a ojos vistas no ha movido montañas, sí ha (con)movido a un pueblo. Amor que anda bajo el sol o acurrucado en alguna parada, portal, motel, en el piso de un círculo social… ¿Se ha dado cuenta de la mirada ensombrecida del caminante herido? Muchos saben que Lázaro quiso ir a pie al Cobre, a su lado, pero en su ausencia van los pies de muchos jóvenes.
Al santuario, llegará cansado, destrozado, por el peso de la vida sacrificada que soporta, más el agotamiento por el largo trayecto. Entonces, un pueblo peregrinará al corazón de un ser humano ante el que hay que arrodillarse con sagrado respeto. Quizás Generosa Orozco Jiménez, de 74 años, quien cuida la Virgen de Guayacanes, en Ciego de Ávila, nunca haya vivido tanta emoción como con la visita de Omar a un lugar prácticamente único y que ella cuida desde hace 12 años.
¡Venga hombre, mereces mucho más! Mereces el milagro al que jamás renuncias, por tu hijo y por todos los enfermos de cáncer del mundo. Este padre peregrina por su chama, eso lo sabemos, y un mar de personas peregrina porque cumpla: «¡Fuerza Omar!», «Omar, te queremos», «Omar, eres grande», «¡Qué tronco de padre eres!» . A su paso, lanza el beso, apunta a su pecho y deja escapar un puñado de bendiciones. «El protagonista es el pueblo y a él me debo tanto como a mi hijito», confiesa.
Que no hagan callos las cosas, ni en el alma ni en el cuerpo. Que un rastrero fastidioso no lo obligue a coger la orilla, que una persona no le quiera romper la magia ni le haga parecer un estorbo en la vía, que un religioso aferrado no le robe la certeza en su Virgen y sugiera otro camino que no sea avanzar. Caminar, sin dudas, es descubrir que lleva caminando un buen rato, rezando con los pies. Ahí va Omar, sin pisar el mismo suelo, sin transitar por el tablado de la farsa, sin manchar las losas de los templos. Sensible a todo viento.
Un día aquel joven trabajador de Salud Pública comenzó con un dolor, que podría ser propio de practicar actividades físicas. Una placa develó el maldito tumor. Lo abrieron, no le pudieron hacer algo y hoy está en el mismo lugar, sin hacer metástasis. Nunca pensó que, por el contrario, fuera el foco de una muestra enorme de amor, tamaño país. Lázaro pudo, incluso, ser un galán de telenovela, por lo fuerte y bello. ¿Ahora qué? Se cansa mucho cuando camina. Duerme sentado. A veces necesita oxígeno. Varias han sido las recaídas, una de ellas en medio de este recorrido de su padre por buena parte de Cuba, quien, a cada paso, está tan cerca como tan lejos de él. Y si pueblo tiene Omar, pueblo tiene Lázaro. Solos, jamás.
Omar se ha visto cara a cara con la Virgen, ha hablado con ella, ha sentido sobre sí su mano cariñosa que lo guía y lo alimenta, lo defiende, lo mima. También se ha visto cara a cara con miles de admiradores que lo guían y lo alimentan, lo defienden, lo miman. Pocos han dejado de ver las fotos de Lázaro que guarda en el celular (de pocas prestaciones), en las que figura el paso por la maligna enfermedad, que le dejó, entre otros sinsabores, una cicatriz en el medio del pecho. Pero, no hay agujas e hilos que suturen la herida en el pecho de un padre que confía en los milagros, pies sobre pavimento. Podría decirse que por su rostro afligido parece cavar una fosa y cantar al mismo tiempo.
Obviamente, ya no es el señor aquel que salió de Marianao solo y caminaba hasta 30 kilómetros diarios. Tampoco es aquel que se sentó en una esquina del hospital oncológico de La Habana para pedir algo grande. No lo es, sobre todo, porque su «hijito», según él mismo lo reconoce, es «hijo del milagro», por sobrevivir 11 años al cáncer. Fueron 14 días en coma, explica, huyendo del punto final. Y sepa Lázaro, vivito y coleando, que Cuba tiene un nudo en la garganta y que su caso duele hasta el mismísimo esternón, comprime la columna vertebral y vacía los pulmones. Sumémosle que el chamaco tiene dos chamaquitos, motivo que multiplica la caminata del padre-abuelo.
Por cierto, ¿dónde se quedó la hipertensión del peregrino y la posibilidad amenazante de contraer coronavirus?, ¿por qué el «golondrino» en la axila derecha no se complicó, si el antibiótico, como todo medicamento que lleva consigo, no tiene horario fijo para ser tomado, si no hay paños tibios y la higiene en la zona no es la apropiada?, ¿por qué rara vez le duele la cabeza si coge tanto sol?, ¿por qué no se deshidrata si apenas toma agua?, ¿será que tomar tantos tragos de café y coger un cigarro tras otro no le hará daño? A no ser la hernia discal, que ahora le pasa factura, este hombre de 56 almanaques deshojados, y retomo sus propias palabras, parece tener «20 años». ¡Enhorabuena! Aunque, es bendición ligada con descuido, como si Omar le dejara todo a la intervención divina.
Así se presenta, claramente, después de merecidas pausas, un buen baño (inevitable) y alimentación, porque otra exegesis se deriva de la piel «achicharrada» (no por falta de enguatada o camisa), del bigote manchado por el cigarro (que fuma desde los 14 años), las inconfundibles ojeras, los ojos hundidos y la barba blanca, no muy tupida y con pelos tan tiesos como las estacas de marabú clavadas en un pellejo erosionado. Cuesta mirarlo después de las 10:00 de la noche, cuando está «madurito». Sin embargo, puede que esté «hecho polvo» y nunca lo reconozca. Evidentemente, más le cuesta a él mirarse, porque lleva en sí las pisadas del sacrifico, como si la carretera le hubiese pasado por encima. Pero Omar, ese ser de luz en medio de su propia oscuridad, no frena su estropeado esqueleto. O sea, la gente es la que, cariñosamente, lo hace.
Lleva el «pagador de promesas» varios atuendos que favorecen su identificación: crucifijos, collares, rosarios… No faltan un sombrero, las estampillas de la Caridad, las flores, la foto de su hijo cuando era pequeño, las velas… Algunas cosas se las han dado por la carretera y otras las trae desde antes de abandonar su casa. Y sabe que volver a su casa ya no depende de sus pies, porque sus pies se han centuplicado. Además, cuando retorne junto a su madre, hermanos (cuatro varones y cinco hembras) y vecinos, la vida le habrá cambiado, por la riqueza espiritual que conquistó y el hecho admirable que inmortalizó. «A mamá también tengo que verla todos los días y preguntarle cómo se siente, qué necesita». Una llamada basta para que sus piernas vibren.
«Lo vivido de Placetas hasta ahora ha sido tremendo mijito, tremendo. La gente con comida, dinero, flores, cigarro, café, manzanas, galleticas…, piden fotos y me apoyan. Prometen cosas para cumplir conmigo, como un hombre que me dio un peso por cada kilómetro que me faltaba o el que, sin saber que no puedo, se quería tomar unos tragos de ron conmigo. Se adelantan a encontrarme o andan locos por la Central, buscando tropezarse conmigo. Hasta una niña en Majagua me invitó a su cumpleaños». Imposible olvidar los coros con «¡Omar, Omar, Omar!», «Dios bendice a este hombre para que llegue», o aquella señora que le vociferó «no creo en la Virgen, pero creo en usted».
Por eso, cree en su gente, en esa masa de personas —ni pobres ni ricas— que le dan impulso. Fíjese que ya no tiene idea de qué día estará de frente a la escalinata de la Basílica Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. A Marianao retornará en algún medio de transporte, con su carrito, con su hijo Lázaro, que irá a su llegada al Cobre, y también la madre del muchachón.
¿Y cómo no creer en el padre sufrido que comparte los alimentos y el dinero que le dan con las personas que la Caridad le pone enfrente, un simple trabajador desde hace 14 años en un centro de elaboración de alimentos allá en donde todo es más caro? ¿Y cómo no creer en el señor que vive en un «cucurucho de casa», al lado de su madre enferma, con cerca de 400 000.00 pesos en una tarjeta gracias a las donaciones, y piensa regalar miles y miles en el camino, hasta que pueda regresar a La Habana, comprar juguetes y donarlos a los niños con cáncer? ¿Y cómo no creerle al papá que salió de la capital con 11 000.00 pesos (3 000.00 de ellos prestados), dinero al que le «echa garra» para sus gastos, teniendo jabas llenas de billetes? ¿Y cómo no creerle a quien no pidió la fama y se compara risueño con Daddy Yankee?
Caminante, son tus huellas. Son los besos en la frente que le diste a la muchacha de 38 años con cáncer generalizado y tres niños todavía por ver crecer. Son tus lágrimas que no dejan de caer. Son los regalos que regalas a personas que ni siquiera te ven, escuchan, reconocen. Son los miles de pesos que se convierten en juguetes, medicinas, sueños cumplidos, bálsamo a las tensiones de estos tiempos. El camino de Omar está lleno de flores, de humo y el olor del café. Omar ha sido necesario, religiosidad aparte.
«Ese es mi niño, aunque cumpla 50 años. Si tengo que ir a la Punta de Maisí, voy. Lo que tenga que hacer por él lo hago. Doy mi vida, la ofrezco por su salud». Para Omar, cuando alguno de los dos deje de existir, el vivo será la carne del muerto. Omar sí le teme a la muerte, sobre todo si sería morir en vida.
Texto cortesía de José Alemán Mesa


