Los cubanos pensaron que la dualidad monetaria acabaría luego de tantos años con dos monedas circulando, y del anuncio de la implementación de la unificación monetaria.
No obstante, la realidad ha ido en contra de los diseños planificados. El dólar irrumpió con fuerza entre la población, con promoción del propio Gobierno, autoridad que creó tiendas especiales, cuyo pago solo se efectúa en dólares, en las que oferta artículos escasos y muy demandados por los cubanos. Es así como la dolarización ha generado una especie de apartheid, a cuyo lado desfavorecido se ubican las personas que no tienen acceso la codiciada «moneda del enemigo».
Las autoridades gubernamentales incorporaron de inmediato una justificación, alegando que la dolarización se había asumido para captar las divisas que servirían para adquirir en el extranjero los productos con los que surtir la red de tiendas en moneda nacional.
Más pronto que tarde, la dolarización comenzó a disparar un proceso inflacionario que en la actualidad derrota en la batalla del día a día a los bolsillos del cubano de a pie, sobre todo cuando en este fin de año gran parte de la isla celebrará sin los alimentos tradicionales que acompañan los festejos.
Los trabajadores por cuenta propia y cooperativistas comenzaron a necesitar comprar sus insumos en dólares, lo que obligaba a estos actores no estatales a adquirir esos dólares en el mercado informal, puesto que solo comercializan sus producciones en moneda nacional y que los bancos no venden dólares. Entonces, el tipo de cambio inflado que se generó a partir de lo anterior llevo dicha elevación en los precios a los costos de producción, y luego a los precios de venta.
Y es que el dólar, como moneda más poderosa, ha ido desplazando a la más débil, es decir, el peso cubano.
Como parte de su informe de rendición de cuentas ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, el primer ministro Manuel Marrero destacó que «se mantiene el objetivo planteado de otorgar al peso cubano su papel como centro del sistema financiero en el país». Pero aunque no lo quieran reconocer, los acontecimientos apuntan en sentido contrario a ese deseo.


