Ana Laura, madre de un niño de 7 años fascinado desde hace mucho tiempo con los espectáculos habituales del Acuario Nacional de Cuba (en La Habana), aseguró que su hijo se sintió muy decepcionado y triste por la situación que presenta actualmente el centro de ocio, tras su reapertura después de más de 6 meses de estar cerrado al público por el repunte de la pandemia del coronavirus.
El pequeño, quien llegó tan ilusionado este miércoles al lugar, se afligió al ver la gran decadencia que muestra el acuario debido a muchos años de falta de inversiones y de mantenimiento.
La instalación recreativo-educacional fundada en 1960 ahora presenta pasillos resbaladizos por los salideros de las peceras empotradas en la pared, muy poca variedad de especies marinas en exhibición, muchas áreas cerradas al público por falta de mantenimiento y una pobre oferta gastronómica.
El acuario reanudó sus servicios para el público este mes con 2 turnos de actividad (uno en la mañana y otro en la tarde), con un total de 150 capacidades de visitantes por cada uno.
El destino de esparcimiento que hace unas décadas aún mostaba gran esplendor, ahora se muestra despintado y lúgubre, lo que indignó a muchos padres que se acercaron con sus hijos a la calle 3ra y 62 de Miramar esta semana.
Los visitantes alegaban que el sitio estaba «sucio, destruido y derrumbándose», y que incluso los animales, nadando en agua sucia, también se veían tristes.
La realidad es que los padres y abuelos que lo recordaban como un grato lugar para pasar el día, lamentaron el haber ‘embullado’ tanto a sus niños para ir al acuario.
Una madre contó que se debía traer un recipiente del hogar para poder comprar refresco en las instalaciones «porque lo venden dispensado pero no hay ni vaso».
Agregó que la única opción para obtener «el ticket de compra de un paquete de pastillitas dulces» es acudir con un menor de edad y llevar la bolsa para echarlas. «Si viene un adulto solo y quiere comer algo, que no pierda su tiempo porque se va a ir con el estómago vacío», advirtió.
«Lo único que hay para disfrutar es el momento en que alimentan a los lobos marinos, el único sitio donde nos dimos cuenta de que estábamos en un acuario», recalcó, y aprovechó para decir que «los animales se veían bastante hambrientos».
Lo que se divisaba este miércoles desde fuera del pasillo, en el que antes habían diferentes ventanas a estanques con morenas, cangrejos, anémonas y algunos coloridos peces, eran solo paredes mohosas y despintadas y unos cristales sucios.
A las afueras del delfinario, un pedazo de una cornisa estaba siendo sustentado por tres apuntalamientos de madera, y frente a los puntales había una loma de material de construcción sin proteger, a la vez que el espectáculo no se reanudó porque «los animales han perdido el entrenamiento», de acuerdo con lo explicó una empleada.
Otra madre explicó que lo que menos hicieron fue ver peces, así como que, por suerte, llevaron su propia merienda.
Y lo último del día consistía en los problemas del transporte: decenas de personas agitaban el brazo para intentar tomar un taxi mientras los niños esperaban sentados en las raíces de los árboles cercanos.
