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¿Podrán los cubanos volver a tomar las calles en la Isla si el Gobierno no promueve un cambio real en su actuar de más de 60 años?

Las protestas multitudinarias que sacudieron Cuba el domingo 11 de julio tienen muchas probabilidades de repetirse si el Gobierno no ceja en su postura de criminalizar a los manifestantes y opta por un diálogo inclusivo que aborde la raíz del descontento.

Lo que ocurrió tiene muchas lecturas pero en principio es una protesta social, la más grande ocurrida desde 1959, y es previsible que vuelva a originarse pues las condiciones que las originaron siguen sin ser resuelta y no se prevé que a corto plazo tampoco puedan eliminarse.

Las calles borboteaban desde hace meses como olla caliente, y por más que el Gobierno insista en decir que fueron manifestaciones organizadas desde Estados Unidos, el clamor popular de miles de cubanos en toda la isla puede estar seguros que no fue pagado por la CIA.

Además, todo indica que no se trata del capítulo final de este proceso, pues aún el sentir de lo ocurrida está en la población, que respira una tensa calma en los últimos días, y que aún sigue a la espera de saber qué ocurrirá con los miles de cubanos que están arrestados y en espera de juicio por participar de las protestas.

El Gobierno no ha ayudado tampoco, pues en vez de centrarse en un lenguaje inclusivo, y apelar por una Cuba donde quepan todos los pensamientos, ha insistido en criminalizar a los participantes, tratándolos como asalariados del «imperio» o de «revolucionarios confundidos», tal delincuentes comunes que solo actuaron en beneficio propio.

Sin embargo, no es menos cierto que otros muchos aseguran que la llama de las protestas ya fueron apagadas, sobre todo por la represión desatada durante la ultima semana contra los manifestantes y la cantidad de imágenes que han empezado a circular en la que queda claro que el Gobierno está dispuesto a utilizar la brutalidad para mantenerse en el poder, aunque sea a costo de la vida humana.

Es difícil vislumbrar algún tipo de salida a este conflicto en el corto plazo. La polarización se intensificará porque miles de manifestantes pacíficos, de sectores humildes de la isla, han sido tratados como ‘contrarrevolucionarios’ y ‘delincuentes’. En esa ciudadanía inconforme, que crece demográficamente, se afianzará el enojo.

Las redes, caja de Pandora abierta el 11 de julio

Entender que han sido muchos los factores, como el descontento por la prolongada crisis y falta de libertades, es fundamental para leer y comprender lo sucedido en Cuba. También el papel crucial de internet, que hace menos de tres años que llegó a los teléfonos de los cubanos.

«Esto habría sido imposible sin una Cuba digitalmente conectada. Las redes sociales jugaron un papel facilitador fundamental al canalizar el descontento generalizado y permitir a la gente ver a otros expresar sin miedo frustraciones compartidas», señala Ted Henken, profesor de Sociología y Estudios Latinoamericanos en el Colegio Baruch de Nueva York.

El experto define internet como «una caja de Pandora que ha traído constantes dolores de cabeza al régimen al permitir a los cubanos perder cada vez más el miedo colectivo e identificar su descontento con el de muchos otros conciudadanos».

Estallido de manual

Las protestas de Cuba tienen los ingredientes clásicos de un estallido social: nuevos liderazgos dentro de la masa de manifestantes que tratan de mantener viva la protesta, un gobierno que, luego de reprimir, intenta dar satisfacción a las demandas, y una oposición que busca capitalizar el reclamo popular.

La diferencia con los demás estallidos latinoamericanos, con la excepción de Venezuela y Nicaragua, donde sucede algo parecido, es que las demandas populares de la isla contienen, además de respuestas eficaces a la crisis económica y sanitaria, libertad y democracia.

La respuesta del poder, hasta ahora, ha sido incorrectas. Esa reacción incluyó, el día de las protestas masivas, una llamada del presidente Miguel Díaz-Canel a sus partidarios a salir a la calle a combatir a los manifestantes.

El primer llamado que se hizo debió ser un llamado conjunto al control del orden por parte del Estado, con promesas firmes de que no habría ningún tipo de uso de armas de fuego como hizo Fidel Castro en 1994 que era la experiencia inmediatamente anterior a esta.

También debió llamarse a controlar cualquier exceso de la respuesta que se le dio a la protesta tanto por parte de la población civil convocada por el mandatario como por parte del aparato policial del país.

Polarización y respuestas

La respuesta del Gobierno ha sido equivocada desde el principio. Una respuesta que, en la historia reciente de América Latina y el Caribe, tiene antecedentes inmediatos no sólo en Venezuela y en Nicaragua, sino en la represión y la criminalización de las protestas que también hemos visto en Brasil, Chile y Colombia.

Algunos creen que crecerá el extremismo en todas las orillas del conflicto. ¿Ha llegado la polarización en Cuba a un punto de no retorno? Posiblemente sí.

En el plano de internet, que el Gobierno «apagó» poco después del estallido de las protestas, la ausencia de conexión no habría frenado por sí sola las manifestaciones. Solo lo hizo el despliegue masivo de fuerzas represivas.

Esa estrategia es insostenible y estas protestas continuarán hasta que se aborden de raíz las causas políticas, económicas y sociales del descontento. A menos que el Gobierno esté dispuesto a convertirse en un paria global más de lo que ya lo es.


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