El humorista cubano Nelson Gudin, mejor conocido como “El Bacán de la Vida”, salió al paso a las críticas que ha estado recibiendo por su decisión de salir de Cuba e integrarse al elenco de trabajo de Univista TV.
“Algunos, de muy buena voluntad, me han pedido que responda a tanto descrédito y cuestionamiento que hay sobre mí en las redes, y no he querido porque las puertas que te cerraron no vale la pena mirarlas. A los que se han dejado llevar por conjeturas sin esperar, al menos mi declaración oficial, los entiendo y hasta los perdono: no tienen culpa de no conocerme”, expresó el nacido en Pilón, provincia de Granma.
A través de una publicación realizada en su cuenta de Facebook, el humorista señaló que se siente tranquilo, pues de todas las personas que le importan, nadie se ha prestado a formar parte de la “jauría”.
“Mi única arma es el humor y la literatura, así que ahí les va mi respuesta y mi sentencia”, sentenció antes de publicar un poema de su autoría titulado Culpable.
CULPABLE
Si al menos esperaran
los gritos del alba,
o pasara alguien arrastrando un pedazo de luz,
mis asesinos de estos días
comprenderían que solo soy un poeta
sentado al final de la hoja,
un hombre ante su última y definitiva muerte;
alguien nacido para morir,
y vuelto a nacer, tantas veces,
como tantas fueron mis muertes anteriores.
Soy culpable.
Lo saben mis asesinos.
Vociferan y no puedo verlos,
buscan
y la prueba no está en mis vísceras.
Ya desgarraron mis ojos,
parte de la piel fue desprendida
al compás de la furia
y de los gritos.
Soy culpable.
En algún momento
quedarán quebrados los últimos huesos.
Entonces quemarán la lengua,
—¡Su inútil lengua! —dirán los asesinos,
y tendrán razón.
Un poeta solo requiere de sus manos.
¡Ah, mis manos!
No se atreverán a palpar los dedos
antes de mutilarlos;
por su sangre pasaron una a una las palabras
que pudieran involucrarme,
los versos
de los que ya es inútil arrepentirse.
No se atreverán.
Los asesinos de estos días
les temen a mis manos.
Yo,
que conozco todos los rincones;
que fui calle, puente,
muro de una ciudad ajena;
que amé el ruido y el hollín;
que fui reja, pez y fuego;
que aspiré a toda la luz para evitar la noche.
Yo: desnudo, descalzo, roto;
sucio ante los ojos del mundo,
sin poder gritar ni correr.
Yo, el poeta,
me invento una ciudad donde guardar los sueños.


