Pablo Manso es un chapista especializado en el trabajo con autos de marca Chevrolet de los años 1955, 1956 y 1957, de los que reproduce las piezas originales de su carrocería gracias a las máquinas que él mismo fabricó.
En el taller que conformó debajo de su casa hace unos 15 años, este artesano recibe automóviles antiguos de todas partes de Cuba. Desde su natal Placetas (Villa Clara), Manso asegura que no le interesan los carros modernos.
Este chapista autodidacta estudió al detalle cada parte de estos sedanes norteamericanos, para poder construir una maquinaria especializada en fabricar esas piezas.

No solo recibe los automóviles, sino que también le son encargadas piezas desde toda la isla y del extranjero, lo mismo de Estados Unidos, Canadá, Italia o España. A pesar del carácter rudimentario de su taller, este mago de 53 años es capaz de reproducir hasta la más mínima particularidad de las partes originales, creando con herramientas adaptadas unas réplicas casi que perfectas.
Cuba importó una enorme cantidad de automóviles estadounidenses de todas las marcas existentes en la primera mitad del siglo XX. Luego su Gobierno impuso el embargo económico en 1962 a la isla y quedaron estos como casi que los únicos vehículos disponibles en todo el país.
Castro declaró entonces la necesidad de tractores, no de Cadillacs.

Se estima que actualmente aún circulan en la isla unos 60.000 automóviles norteamericanos de los años 40 y 50, preservados en su mayoría en muy buen estado gracias al mimo y a la inventiva del cubano.
Pablo Manso es un dueño orgullosos de un Chevrolet Bel Air rojo y blanco de 1955, con carrocería reluciente y casi todas las piezas originales, que funcionan a la perfección con su motor de Toyota, porque los viejos motores no aguantan tanto uso.
«Los tres años de Chevrolet: 1955, 1956 y 1957, son los tres años que fabrico, porque fueron los tres años de éxito» de la marca y más ventas en Cuba, pues en 1955 dio «un brinco a la modernidad».

Relata que en una ocasión fue visitado por el jefe del taller de Chevrolet en Miami, en compañía del gerente de una gran fábrica de autopartes en Taiwán, y ninguno podía creer que pudieran seguir funcionando y con excelente calidad esas máquinas rústicas.
A su lado trabaja ahora una aprendiz, Lemaydi Madrigal, de 32 años, que lleva las grandes planchas de chapa de una máquina a otra para darles la forma deseada. «Prácticamente no sabía casi nada sobre carros» al empezar, recuerda.
Pero ahora, «lo que más me gusta fabricar son los pisos de los maleteros: son grandes, son complicados pero me gustan, los veo bonitos».


