La compraventa de ropa reciclada se ha vuelto una moda en Cuba en el último año, dados los muchos obstáculos para encontrar ropa nueva (de buena calidad y económica) en el país tras la llegada de la pandemia de coronavirus, el cierre de fronteras, el desplome de la economía nacional, etc.
Wendy ubicó una pequeña mesa con función de meseta en un espacio de apenas 8m². En el minúsculo cuarto que tiene alquilado, enseña y vende la ropa usada sin etiquetar que conserva dentro de varios sacos negros encima de la cama, bienes que muchos clientes le han proporcionado para que ella los expenda de forma rápida: un «win-win», como le llaman los anglosajones.
Este pequeño negocio surgió de la desesperación de no tener como subsistir luego de que la Universidad cerrará por la situación epidemiológica y su compañera de casa se mudara nuevamente con su familia.
Empezó vendiendo sus ropas semi-nuevas, a las que apenas le había dado uso y ya no se ponía, pero se le fue acabando la mercancía poco a poco, así que decidió convencer a varias personas para que le entregaran ropas con la certeza de que todas las partes saldrían ganando.

Muchas personas (sobre todo jóvenes en su situación) han emprendido la misma actividad, dándole promoción desde redes sociales, haciendo ventas de garage (con un carácter más esporádico); aún cuando esta actividad se considera ilícita porque no tiene licencia que la respalde.
Desde que la mayoría de las tiendas de vestimenta y calzado en el país han pasado a comerciar en Moneda Libremente Convertible (MLC) y la supresión y posterior restricción de vuelos desde y hacia Cuba significó el fin de las llamadas «mulas», la población cubana se ha quedado sin más opciones para adquirir cualquier tipo de prendas.
Wendy mantiene un cordel recorriendo toda la habitación para colgar más de 50 percheros con todo tipo de ropas, etiquetada con precios y con el nombre del propietario. Lo mismo se encuentra una camisa de Armani en buenas condiciones que un pijama desgastado (pero cómodo). Como las propuestas son tan económicas (50 o hasta 200 CUP), son fácilmente comprables.

Comenzó, según sus palabras, vendiendo su ropa hasta que otras personas empezaron a llevarle otras. Dijo que todo lo apunta en una libreta y el pago a plazos siempre es una posibilidad, entendiendo que hay que tener consideración con los clientes, porque la situación es bastante dura para todos los cubanos. La red se amplió una vez que abrió una canal en Telegram, y comenzó a recibir bultos de ropa de personas que iban agregando sus contactos. El precio que pongan los dueños condiciona la ganancia final, aunque muchas veces le ponen precios que no se corresponden ni con la calidad del artículo a vender ni con los gustos estéticos que están en preferencia.
Wendy admitió que supone que no debe ser ilegal vender pertenencias propias, y al resto solo los ayuda a hacer un poco de dinero con lo que tienen a mano.
En cambio, la madre de Yaneisy Morales sí posee licencia de sastre para comercializar ropa en su casa, y la joven, de 19 años, ha colado entre las perchas algunas piezas de segunda mano que le pertenecen y que se anuncian como “Venta de garaje”.
Este tipo de anuncios proliferan ante la carestía de ropa reciclada que responda a los gustos estéticos de la población, y la mayoría de la población no tiene dinero para permitirse ropa nueva o de marca, por lo que constantemente llegan mujeres que necesitan alguna cosita para trabajar o usar a diario, especialmente para niñas y niños, que la ropa se le queda pequeña muy rápidamente.

Por el momento, no se necesitan patentes o autorizaciones para hacer ventas de garaje en viviendas propias o alquiladas, dado que constituye supuestamente una actividad temporal que dura, como mucho, tres o cuatro días.
No existe ningún instrumento legal que regule ni penalice el ejercicio de esta modalidad, aunque no está contemplado como tal. Sin embargo, cuando la mercancía es importada o proveniente de terceras personas, lleva penalización, aunque no muy rigurosa por no considerarse una actividad peligrosa o perjudicial.
También existe la iniciativa de hacer canjes por comida u otros artículos, que se han desenvuelto sobre todo gracias a las redes sociales.
Vanesa Rodríguez, usuaria de Facebook, decidió vender sus mejores vestidos para alimentar a su niña. Cambió su vestido Zara por cinco libras de frijoles, una bolsa de leche en polvo y tres pomos de yogurt blanco, aunque no duró mucho en su casa. Confesó que ya tenía reservada otra mochila para una muchacha que cumple quince, por la que al menos pedirá dos perniles de cerdo.


