Las colas para comprar en la dulcería panadería Doñaneli de la cabecera provincial de Holguín se organizan desde el día anterior, y todos esperan pacientemente (o no) para lograr comprar pan cuando abre el establecimiento a las 8:30 de la mañana.
Raquel Reyes, una jubilada de 71 años, llegó a la cola a las 5 de la tarde pensando que lograría ser de las primeras, pero ocupó el puesto 27. Por supuesto, todas las personas en la cola marcaron para 3, 4 o hasta 8 individuos más para poder adquirir mayor cantidad de productos para sus hogares.
Lo núcleos familiares suelen designar a un miembro para que se sacrifique y marque en las colas durante todo el tiempo que haga falta, para luego llamar al resto.
En medio de la severa crisis alimentaria que vive el país, el pan se ha convertido en un producto significativamente más necesario para la alimentación familiar de lo que constituía antes (que ya es decir mucho). El pan normado de 80 gramos por persona que se expenden en las bodegas no cumple con la demanda alimenticia del país.
Además, la venta de pan liberado y demás productos asociados se ha casi que extinguido, debido a la aguda escasez de harina.
La demanda de pan liberado en la ciudad de Holguín no se satisface con lo poco que pueden producir las 4 panaderías de la urbe.
La insuficiente oferta de 2 panes de corteza dura por persona obliga a los ciudadanos a arriesgarse a contagiarse con el virus de la COVID-19 y salir de la casa «a luchar».
La nuera de Raquel fue a rectificar la cola a las 9 de la noche después de concluir con su jornada laboral y a las 11 fue su hijo. Se deben organizar por turnos para llevar a cabo esta misión imposible.
Víctor Reyes fue a las 12:30 de la madrugada y se tuvo que quedar hasta que diera el último, mientras los ojos se le cerraban del cansancio.
Víctor comenta que dio el último a las 2 de la madrugada para finalmente ir a dormir a su casa, y todo en función de garantizar la merienda de sus dos hijos. La cola por la madrugada siempre afrenta riesgos de asaltos o multas de 2.000 CUP por violar el toque de queda impuesto para prevenir contagios de coronavirus; tanto el crimen como la ley son desafíos para los tantos que se atreven a esta modalidad.
Y no se pueden ir, porque cualquiera llega, una vez que ya está permitido salir a la calle, y forma otra cola. Y parece que todo sucede en calma, pero en la medida en que se acerca de la hora de abrir la tienda, la calle se llena de personas intentando alcanzar turno para comprar.
La organización de la cola es cosa de los oficiales y funcionarios del Gobierno, porque al que se le ocurra intentarlo por su cuenta, va a salir quemado. El distanciamiento social es un chiste, especialmente en las colas más desordenadas.
A diario se queda una treintena de personas sin comprar, y la calidad del pan deja mucho que desear tanto para los que alcanzan como para los que no, pero es lo único que muchos se pueden llevar a la boca.


