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¿De dónde salen las partes y piezas para armar y reparar un «almendrón» en Cuba?

En Cuba no hay un tipo de automóvil predilecto, sino el que se consigue, por lo que hay cientos de Frankenstein moviéndose por toda la isla por puro milagro. Los almendrones pueden parecer carros norteamericanos caducos y oxidados, pero llevan dentro lo que ningún extranjero imagina y ya a los cubanos no espanta.

Un Chevrolet de los 50, uno cualquiera de La Habana, anda con llantas y neumáticos de un Vaz de los 60, una pizarra de Hyundai de los 90, los asientos traseros son de ómnibus Girón de los 80, el timón es de un Lada soviético y el motor es de un Peugeot petrolero con cien mil ajustes.

En Cuba se vive del invento, y el que lo dude, que lo compruebe, que eso sí es muy fácil. Las piezas que van apareciendo, se van adaptando para que sirvan en cualquier pedazo de chatarra que los mecánicos insistan en llamar ‘carro’.

La imaginación y creatividad del cubano no tienen límites y esto se demuestra a menudo para sobrevivir en el ambiente económicamente hostil que se ha sufrido en Cuba desde hace más de medio siglo.

Los nacionales deben intentar superarse cada día bajo las líneas dictaminadas por el Estado, que mucho promete y mucho prohíbe, pero poco cumple. El robo, el mercado negro y la corrupción conforman la única forma de sobrevevir para algunos.

Hace más de una década, importar, comprar e invertir en un automóvil (entero o por piezas) era una idea absurda desde la perspectiva del ciudadano; luego hubo una serie de aperturas que muchos aprovecharon para reparar sus viejos artefactos móviles, pero la llegada de la COVID-19 y el desabastecimiento y la escasez de la crisis económica actual (comparada incluso con el Período Especial) han vuelto a inhabilitar la posibilidad de invertir en un carro.

Lo habitual para reparar un vehículo (y cualquier artículo, de hecho) es reutilizar piezas y partes de hasta los objetos más impensables, como piezas de ventiladores, lavadoras, tostadoras, yales, refrigeradores, etc. Cuando ya no dan más, se funde el metal o el plástico para crear una nueva pieza.

En la isla hace mucho tiempo que no existen los términos ‘opción’, ‘elección’, ‘selección’ o ‘preferencia’; se vive con lo que hay. El cubano no tiene conciencia ecológica, sino que es muy pobre o muy tacaño para comprar algo nuevo o, muy consciente de que muchísimas cosas no se pueden comprar por la escasez.

Un almendrón «es lo que hay”; no se tienen muchas alternativas a la hora de comprar automóviles, y conducir uno de estos » bichos raros» es casi un privilegio.

Los «boteros» ocupan un escaño social en la pirámide desafortunadamente invertida, simplemente por el hecho de ofrecer otra opción para el escaso transporte público.

Adquirir un almendrón resulta tan excesivo que emergió también gente que «construye» de cualquier forma estos no tan atractivos monstruos rodantes.

A fuerza de soplete y martillo, se crean todo tipo de bicitaxis, carritos de fritureros, máquinas de churros, molinos de granos, y la lista se sigue alargando.

La materia prima es estrafalaria por decirlo gentilmente: en los “armaderos” se utilizan tanques viejos de latón para el piso o el techo, tuberías de acero galvanizado para soportar los techos corroídos de un tractor Ford, ruedas encontradas en depósitos de basura, etc.

El negocio parece bueno, especialmente teniendo en cuenta que por la chatarra que utilizan no tienen que pagar: venden los bicitaxis en 500 o 700 dólares. Las cifras de compra, reconstrucción y venta de autos viejos también son increíblemente satisfactorias.

Somos un país raro, y el paisaje urbano no es el único componente que nos identifica como tal, por lo que nos hemos acostumbrado a detener el tiempo dando segundas oportunidades a las cosas feas.


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