Con echar una simple mirada a la realidad cubana pudiéramos afirmar que el Gobierno hace todo cuanto está en sus manos para intentar poner un alto a la pandemia de coronavirus COVID-19, que cada día suma más casos positivos y fallecimientos.
Reuniones diarias con las autoridades sanitarias, cuarentena a los municipios y zonas con más casos, son solo algunas de las medidas tomadas por los gobernantes ante el azote de la pandemia.
No obstante, si tomásemos en cuenta la posición del Gobierno con respecto a la vacunación de la población, que constituye el método más efectivo para erradicar la enfermedad, pudiéramos dudar del interés por darle un jaque mate rápido a la peligrosa enfermedad.
Desde hace algunos días que los medios oficialistas cubanos mencionan la próxima aplicación de los candidatos vacunales a escogidos grupos en La Habana y Santiago de Cuba. Si el experimento arroja resultados positivos, entonces se procederá a vacunar al resto del país, lo cual se traduce en que pasarán varios meses antes que la mayoría de los cubanos queden inmunes ante la enfermedad.
Al tiempo que los cubanos deben esperar pacientemente a que se certifique la efectividad del producto nacional, ya gran parte de los países de Latinoamérica han comenzado a vacunar a la población con vacunas adquiridas a otras naciones. Un ejemplo de esto es la vacuna fabricada por la empresa farmacéutica Pfizer, de EEUU, y la vacuna rusa Sputnik V.
El caso de Sputnik V, que pudiera ser aplicada en la Isla por las buenas relaciones que unen a estos dos países, elimina la posibilidad de justificar la demora achacando una vez la culpa al “bloqueo”.
La larga espera agrava la vida diaria de los cubanos, sometidos a los rigores financieros de la denominada Tarea Ordenamiento, al desabastecimiento de los mercados, a la escasez de medios de transporte, así como al cierre de buena parte de la vida social, cultural y deportiva de la nación.
Sin embargo, todas estas limitaciones parecen estar ubicadas en un segundo nivl de importancia para el Gobierno cubano, que se empeña en esperar por su propio producto, y de esta forma consolidar el título de “potencia” médica que tanto defienden.


