Los choferes de taxis modernos y amarillos, con aire acondicionado y cartel luminoso, eran considerados de los cubanos más adinerados, pero ahora solo acumulan deudas. Entre el alquiler del automóvil estatal, la drástica caída del turismo y la implementación de la Tarea Ordenamiento, no les da la cabeza para tantos disgustos y problemas.
Darío, una habanero de 39 años de edad, comparte con una colega la conducción de un Peugeot de Taxis Cuba. Él le dice a su esposa cada día al irse a trabajar que no le abra la puerta a nadie y que no compre nada, pues ya debe miles de pesos.
Junto a su familia, Darío solía pasar estancias en hoteles de Varadero y de los cayos, además de rehacer toda la cocina y el baño de su vivienda con materiales de muy buena calidad, comprar un pequeño apartamento para su suegra y un viaje a Moscú solo para visitar la hermosa ciudad.
El taxista no reconoce esa etapa de su vida, pues la actual es muy diferente. Admitió no desear continuar trabajando en ese labor, pero que la situación en La Habana era demasiado difícil como para aventurarse a emplearse en otro trabajo. Para él todo son problemas desde hace dos años.
Su padre y su tío, los patriarcas de la dinastía de taxistas, fueron conductores de Panataxis desde la fundación del servicio con los Juegos Panamericanos de La Habana en 1991. Los cubanos pudieron montarse por primera vez en esos autos exclusivos para extranjeros una vez despenalizado el dólar.
El acceso directo a los turistas, los posibles regalos, las propinas y las habilidades para camuflar el taxímetro a conveniencia, hacían de este negocio una entrada directa a la aristocracia y a una enviadiada riqueza.
Las reformas de hace una década los convirtieron en casi autónomos, pues solo debían pagar un precio fijo de 625 CUP por el alquiler del auto a Taxis Cuba. El carro era ya casi propiedad de los conductores, como también lo era la responsabilidad por las reparaciones, la limpieza y los mantenimientos, además del combustible con que se abastecían.
Un problema frecuente para ellos era encontrar las piezas con las que tenían que repararlos. Sus choferes ahora se ven forzados, entonces, a extraer las piezas, como bestias de carroña, de los autos chocados o con desperfectos que yacen en los talleres.
Con las nuevas circunstancias, los conductores que más ganaban eran los contratados por empresas para transportar a sus trabajadores en los horarios acordados y no pusieran pegas a que también prestaran servicios en las horas libres.
Alfredo, otro damnificado, comentó que muchos taxistas sobrevivieron a la caída del turismo gracias a los traslados de profesionales de Salud Pública y de la distribución de compras virtuales desde las tiendas.
La COVID-19 ha imposibilitado el cumplimiento con la tarifa de arrendamiento sin un contrato con alguna entidad estatal. Lo peor llegó con la unificación monetaria y la subida de precios, pues se instauró un incremento de entre 4 y 6 veces las tarifas cobradas por los taxistas, pero esto no es suficiente para satisfacer las nuevas demandas para el mantenimiento de los vehículos.
La llamada «fiesta de los contratos» se acabó cuando llegó este reordenamiento monetario, pues ahora los contratos con entidades estatales resultan demasiado caros y se han estado cancelando.
Además, si antes sus precios eran caros, pues eran destinados al servicio a turistas, ahora son incosteables para muchos.
Desgraciadamente, muchos taxistas han sido despojados de sus vehículos por no poder pagar el importe de renta, y los que quedan evitan coger vacaciones o dejar de trabajar, aún estando enfermos, porque cualquier pausa puede significar la confiscación de su auto.
La silueta del ostentoso auto amarillo ya no se divisa, ni las comidas abundantes, ni los caprichos, ni los beneficios, ni nada.
