Los negocios privados en Cuba se han visto en el último año en una crítica situación para adquirir los alimentos que luego ofrecen, pero luego de tres meses cerrados a causa de la crisis del COVID-19, se ven en una situación aún más compleja, dada la imposición de precios topados para muchos de esos productos. Las autoridades provinciales decretaron tarifas máximas, especialmente, para pizzas, sándwiches y turrones de maní.
Algunos de los emprendedores acataron las órdenes y rediseñaron su menú, pero las nuevas ofertas perecieron rápidamente. Todos los ingredientes y productos previamente elaborados son cada día más difíciles de conseguir, y siempre a precios altos. Si las ofertas no suben de precio en proporción directa con el precio de los alimentos en el escalón previo de la cadena de suministros, los cuentapropistas no sacan beneficios y deciden no poner esos productos a la venta.
En determinados territorios, los panes que normalmente se ofertan con tortilla, croqueta, jamón o bistec, no se pueden vender a más de 10 pesos (CUP). El precio de los turrones de maní ha sido topado en 2 CUP, mientras que en la compra directa a los productores no baja de 6.
La pizza de jamón, por ejemplo, no se puede vender en más de 15 pesos. Los vendedores exponen que así no recuperan la inversión: un saco de harina ronda los 2.200 CUP, la libra de queso supera los 50 y el jamón viking ha llegado a los 65 en los mercados agropecuarios; eso cuando no tienen que ir a comprar en las polémicas tiendas MLC.
Los llamados frozen, helados ligeros con mucha demanda, tienen un precio topado en Artemisa: no pueden ser vendidos a más de 2 CUP (cuando los negocios particulares lo comercializan normalmente a 5). Las autoridades han reforzado la vigilancia de los inspectores.
Los precios topados se suman a la enorme cantidad de lastres con los que ya cuenta uno de los sectores más golpeados por la crisis sanitaria de la COVID-19 y las restricciones que derivaron de ella. En el interior del país y pequeños pueblos el fenómeno fue aún más grave, porque a estas limitaciones se sumaron al desabastecimiento. Muchos ahora se debaten entre cerrar definitivamente o mantenerse a flote con la venta de uno o dos productos de menor carencia.
La mayoría de estos cuentapropistas no cuentan con suficiente capital para la adquisición de materias primas, pues vivieron de sus ahorros durante los meses en que sus negocios cerraron.
La medida ha provocado la casi desaparición de los refrescos (nacionales e importados) de las cafeterías y restaurantes privados, pues no resulta rentable su venta en pesos cubanos o convertibles si solo se pueden obtener en comercios en MLC.


