Abel Prieto, ex ministro de Cultura cubano, señaló hoy en el diario Granma que no le gustó la muestra de buena voluntad por parte del viceministro Fernando Rojas con los artistas que protestaron el viernes 27 de noviembre frente al MINCULT. «Con los farsantes no hay diálogo posible».
El ofrecimiento de diálogo es considerado por Prieto como un hecho utilizado «para convertirlo en noticia, en show y anotárselo como una victoria. Algunos necesitaban justificar el dinero que reciben», escribió aludiendo a «una minoría» que considera tener intereses ilegítimos, lo llamados pagados por otro gobierno.
Prieto ve legitimidad solo en el diálogo que busque «consolidar los vínculos entre creadores e instituciones», pero siempre respetando las leyes que el Partido Comunista ha promulgado. Sí encuentra legitimidad en la UNEAC y en la Asociación Hermanos Saíz, las cuales mantienen «un debate franco con artistas y escritores».
En su opinión, frente al Ministerio de Cultura protestaron dos tipos de jóvenes artistas cubanos: los ingenuos, que fueron embaucados por las redes sociales, y los pagados por el enemigo invisible, que tienen «un plan contra la Revolución». Cuando un grupo de 50 jóvenes quiso sumarse a la protesta del pasado viernes, luego de que la Seguridad del Estado hubiera cortado la luz en las afueras del MINCULT y saltaran las alarmas por la aproximación de efectivos militares, ocurrió un ataque con gas pimienta en la intersección de Línea y 2, difundido en redes sociales a modo de video. Prieto afirma que este supuesto ataque fue una manipulación e invento de los jóvenes contrarrevolucionarios presentes en la sentada.
El ex ministro no niega que se han cometido «errores, incomprensiones y torpezas», pero considera que «el propio proceso revolucionario se ha encargado de rectificarlos».
Abel Prieto no se aparta de las teorías del Gobierno cubano sobre el objetivo de los artistas manifestantes; afirma entonces que buscan notoriedad, están comprados por enemigos de la nación cubana” y sólo desean «atizar el odio» que, en su opinión, viene de lo que él llama «coro anticubano».
Concluye con que solo aquellos que se acerquen a las instituciones con «objetivos legítimos» son dignos de diálogo (aunque no aclara qué requisitos hay que cumplir para entrar en esa categoría).


