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Tocar el “fotuto”, la curiosa tradición de un pueblo de Cuba para identificar a los tarrús

Se dice que por allá por la década de 1960, en la zona de Cunagua existió un hombre cuya mujer, bastante ligerita de cascos, le hizo crecer una cornamenta digna de concursos. A modo de boncharlo, los vecinos de la zona solían sonar frente a su casa un cuerno de buey en las noches para recordarle las infidelidades de su queridísima esposa. A pesar de la jodedera, aquel hombre nunca llegó a dejar a su mujer y por el resto de su vida fue conocido como “Juan Fotuto”.

El caso de Juan Fotuto fue tan sonado que la costumbre de sonar fotutazos frente a las casas de los cornudos ha perdurado hasta nuestros días en ese pueblo.

Para que le sonaran el fututo a alguien no tenía que ser precisamente que le hubiesen adornado en la cabeza, ya que con los años la práctica derivó en una especie de extorsión. Algunos jodedores se dedicaban a sonar el fotuto noche tras noche en la puerta de algún vecino, hasta que este no aguantaba más y salía a darles dinero para que se compraran una botella de ron y se largaran de una vez.

La idea de pagar a los fotuteros se le ocurrió a un guajiro llamado Juan Marrero, quien poseía una finca en la que trabajaban no pocos muchachos jodedores que en las noches se entretenían sonando fotutazos por todo el pueblo. En una ocasión, un vecino acudió a verlo bastante molesto para reclamarle por el comportamiento de sus trabajadores. Sin embargo, cuando Marrero lo escuchó, se limitó a decirle que no se calentara la cabeza con eso… que “los tarros no dolían”.

Al ver que el hombre quedó bastante descontento con la respuesta obtenida, el hacendado le dio un consejo infalible para que se librara del tandeo de fotutazos que le estaban dando.

“La única forma que tienes que de quitártelos de arriba es comprándoles una buena botella de ron o invitarlos a tomarse un chocolate caliente en la tienda de la entrada del pueblo. Estoy seguro que si lo haces van a dejarte en paz y se irán con el fotuto a otra parte. Total, en el pueblo se sobran los tarruos”.

El infeliz acató al pie de la letra la recomendación y pudo descansar en las noches tranquilo. Los jodedores muchachones no volvieron a sonar el fututo en la puerta de su casa.


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