InicioCuba CuriosaEstafarnos unos a otros en Cuba se ha vuelto una cosa normal

Estafarnos unos a otros en Cuba se ha vuelto una cosa normal

Pasarle gato por liebre a Nivaldo, a sus más de 70 años, no es nada fácil. Cuando el anciano sale a la calle a hacer sus compras, con su inseparable bolso de saco, carga consigo una pesa portátil.  Tras rebuscar entre frutas, viandas y hortalizas en las estanterías de un agromercado, comienzan los problemas.

Cuando llega el momento de pagar, el comerciante intenta estafarlo, cobrándole mucho más de lo que realmente debería ser. Como siempre reclama lo que le corresponde por lo que está pagando, se ha ganado en el barrio fama de viejo antipático y tacañón.

“Hace unos días compré 23 libras de carne de cerdo, pero cuando comprobé el peso le faltan dos libras y media. Es algo que se ha vuelto habitual. En los mercados estatales suele haber una pesa para cerciorarse que te vendieron el peso exacto, pero incluso esas están trucadas. Estafar a los demás se ha vuelto una epidemia a nivel nacional. Joder al otro es como si fuera un deporte”, asegura Nivaldo.

Las adulteraciones a víveres y artículos es una historia que data desde hace bastante tiempo en Cuba. En algunas tiendas y cafeterías por divisas, el objetivo principal de los trabajadores es “multar” (estafar) a los clientes. Tanto se ha perfeccionado la técnica que en algunos sitios se emplean métodos novedosos, aunque otros no dejan de ser burdas chapucerías.

Muy cerca del capitolio nacional, en el centro comercial Isla de Cuba, Luisa hurgó en las neveras hasta encontrar dos paquetes de pollo cuyo precio era de 2.60 CUC y 2.40 CUC respectivamente. Al parecer en Cuba los números son mágicos, ya que la cajera al pasar los dos paquetes por la caja y colocarle a Luisa su compra en una bolsa de nailon, le dijo que eran 5.30 CUC.

Luisa, que andaba “a la viva”, rápidamente abrió la bolsa de nailon para mostrarle a la cajera que había un “pequeño error” en lo que debía pagar. Esta lo admitió tranquilamente y se justificó diciendo que al parecer era culpa de la caja.

“Si no se anda fino, los vendedores acaban contigo con las multas”, asegura Marco, quien trabaja en un supermercado.

“Lo que ganamos es muy poco. La manera de tener algún ingreso es multando al consumidores. Una buena parte de los que trabajamos en ese sector hemos tenido que invertir cientos de dólares en comprar una plaza. La cosa está durísima y debemos llegar a la casa con algún dinero. Nosotros también tenemos familia”, añade.

En discotecas, restaurantes y hoteles donde suelen ir los relajados turistas, las multas son aún más grandes, al punto que algunos gastronómicos se pudiera decir que poseen un doctorado en la materia.  Los cubanoamericanos han cogido fama de ser los que mejor propina dejan, pero si se emborrachan, entonces lo multan aún más.

Tomarle el pelo al cliente está presente en casi todos los segmentos de la vida nacional. Al caminar por las calles de La Habana, es posible que encuentre varios puntos estatales en los que se oferte pan con lechón a 5 pesos, raciones de arroz frito a 15 y pollo frito a 1.60 la onza.

Curiosamente, cada uno de estos puntos cuenta con cartel en un lugar visible en el que se anuncia el gramaje correspondiente a cada producto ¿Tendría cada consumidor que andar con una pesa portátil para verificar el gramaje exacto? El anciano Nivaldo lo hace. Pero la gran mayoría no se toma el tiempo de andar pesando lo que compra.

Los cubanos ya se han acostumbrado a lidiar con la idea de ser estafados a cada paso que dan. Desde escuchar un discurso prometiendo un futuro luminoso que no acaba de llegar, hasta comprar a diario un pan de 80 gramos que por lo general pesa la mitad.


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