Los viejos del Cabo de San Antonio, en Pinar del Río, aun cuentan la historia del abuelo de Horacio Caro, quien murió alijando las cajas de balas de la expedición del general puertorriqueño Juan Rius Rivera, la misma que permitió que se salvaran las tropas del Lugarteniente General Antonio Maceo y que este pudiera continuar la lucha en la provincia.
Años más tarde a Marcos, el hijo de Horacio, se le enfermó su bebé. Al no contar el dinero para cubrir los gastos del médico del pueblo, montó en su caballo y salió a todo galope a casa de una curandera. Su esposa le hizo jurar que regresaría con el niño a salvo, pero aquel campesino sabía que las probabilidades que eso pasara eran casi nulas.
A medio camino de la casa de la curandera, al pasar junto a una ceiba que durante la Guerra de Independencia había servido para practicar el tiro de cañón a Rius Rivera, se le apareció una luz blanca y muy brillante que iluminó todo el árbol.
De la luz surgió un espectro, era la forma de un mulato alto y fuerte, con barba, vestido con el uniforme mambí y calzado con botas de montar. Aquella figura era inconfundible. Marcos lo reconoció enseguida y gritó “!General Maceo!”.
En ese momento el fantasma del caudillo oriental le orientó que escarbara al pie de la ceiba, pues allí encontraría dos botijas con oro. Sin embargo, el tesoro venia con una advertencia: solo podía tomar una, porque la otra “era del General Quintín Banderas”.
El hombre casi no pudo creer cuando tuvo la botija en sus manos. Rápidamente volvió sobre sus pasos y buscó al médico del pueblo y le pagó. Su hijo logró recuperarse y a todos los doctores les pagó el campesino con las monedas de oro de la botija que le dio Maceo.
Con parte de lo que sobró compró una casita, una finca y algunas reses. Pero la mayor parte la guardó para poderle pagar los estudios de Medicina a su hijo, el mismo que no había dejado morir el general Maceo.
Cuando se supo el origen de la pequeña fortuna de Marco Caro, la gente llenó todo los alrededores de la ceiba de huecos; pero la botija de Quintín Banderas no apareció.
El hijo de Marcos, por su parte, pudo estudiar Medicina en La Habana. Luego regresó al Cabo, donde jamás cobró un centavo por atender a un niño.
