El camagüeyano Igor Sholojov Ramírez, de 33 años de edad, nunca llegó a imaginar que la maravillosa vida en familia de la que disfrutaba en Villa Clara junto a su esposa y sus dos hijos se le pondría patas arriba con la llegada del coronavirus COVID-19 al país.
Los pequeños hijos de su matrimonio con Tahiris Pérez —Dovian, de 7 años, y Dylan, de solo 5 meses de edad— resultaron positivos al virus y ahí comenzó la odisea para esta familia.
Hasta ese momento en Villa Clara no se había diagnosticado ningún caso positivo con la edad del menor, por lo que Dylan pasó a ser el paciente más pequeño tanto de la provincia como de la Isla.
Según contó Ramírez, en un primero momento lo mandaron junto al mayor de sus hijos al hospital militar de esa provincia, mientras que el más pequeño fue con su madre para el pediátrico.
“El viernes 10 nos dieron la noticia de que los dos estaban enfermos y se produjo el primer ingreso; la madre estaba destruida, uno hubiera querido dar positivo antes que los niños. Luego a ella la pasan para el hospital militar, pero la ponen en una sala diferente a la que estábamos nosotros, hasta que hubo una disponibilidad en la sala donde ella estaba para poder hacer el traslado”, comentó.
“Cuando nos reunimos, dentro del mal rato, fue una alegría inmensa, porque Dovian pudo ver a la mamá por primera vez en toda la semana, y aunque con un poco de temor, fue imposible evitar el tan esperado abrazo”, añadió.
Aun con la difícil situación que se encontraban atravesando, Igor y su esposa encontraron en el personal médico que los atendía todo el apoyo que tanto necesitaban.
“Estando separados o juntos, la atención de los médicos siempre fue excepcional, es una labor grande la que están desempeñando. Ellos se conviertan en enfermeros, en médicos, en amigos, en familiares, en todo, porque realmente siempre te están apoyando”, reconoció.
El alta para los pequeños llegó también de forma dividida, primero regresaron a casa el pequeño Dylan y su madre, y al día siguiente lo hicieron el padre y el hermano mayor. Cuenta Igor, emocionado, que a su llegada fueron muchas las muestras de cariño.
«Cuando llegamos a la casa, ya de alta, a los muchachos los estaban esperando, tanto el 25 por la noche, como el otro día por la mañana, la gente de la cuadra con la bulla característica del cubano», dijo emocionado.
La odisea para esta familia terminó sin consecuencias mayores para los dos niños y ninguno de los padres se contagió de la enfermedad. Hoy, con una gran sonrisa en sus rostros, se sienten enormemente agradecidos al personal médico que los atendió y que en todo momento hicieron cuanto estuvo en sus manos porque se recuperaran.


