En horas de la mañana unos 300 argentinos que se encontraban hospedados en el hotel Tulipán, en La Habana, recibieron un mensaje en el que se les informaba que debían abandonar la instalación porque esta seria transformada en un hospital de campaña ante el avance del brote de coronavirus en el país.
De un momento a otro comenzaron a llegar ómnibus para trasladarlos a otras instalaciones y los listados para esto se confeccionaron sin consultar a los varados, lo cual provocó que algunas personas que viajaban juntas tuvieran que separarse sin tan siquiera recibir una explicación.
Mariano Hiralde, de 28 años, era uno de los que se encontraba en esa situación, y quien tuvo que tomar sus pertenencias y ser trasladado al Hotel Nacional.
A tan solo unas horas de haber llegado al citado hotel, y cuando pensó que al menos podría descansar, su teléfono sonó nuevamente para comunicarle que debía emprender una nueva mudanza, esta vez al hotel Neptuno.
«Acá todo está cerrando. Nuestra mayor preocupación es que sentimos que Cuba es una bomba de tiempo, no sé dónde vamos a terminar. Sentimos que esto en cualquier momento se les va a ir de las manos, como pasó en todos los países del mundo, y que nosotros no podamos volver», dice Hiralde, que está viajando solo.
Según contó, sus coterráneos que se encontraban en el hotel Tulipán, fueron divididos en cuatro grupos, pero ahora en algunos de los hoteles que los han mandado no cuentan con Internet y se están prácticamente incomunicados.
«El día que nos fuimos del hotel, la gente empezó a salir y a preguntar qué estaba pasando. Se armó un lío tremendo. Pedimos que llamen a nuestra embajada y logramos hablar con el embajador. Nos dijo que él también se enteró ese mismo día que nos teníamos que ir, y una o dos horas después llegaron los colectivos. Muchos no querían subirse, pero tampoco querían contradecir a las autoridades cubanas», relata Hiralde.
La vida en los hoteles se ha ido tornando cada vez más difícil. Algunas personas llevan más de un mes varadas y deben pasar día y noche encerradas en sus habitaciones y solo salen a comer. Para muchos esto es un gasto enorme de dinero y otros, como en el caso de Hiralde, debieron declararse insolventes porque no podían afrontar ese gasto. En esos casos la embajada les abona la estadía.
